''Qué importa ser poeta o ser basura''
Decía Extremoduro.
Yo elegí basura.

viernes, 21 de agosto de 2015

Una canción triste.

He vuelto a tener ganas de escuchar canciones tristes con la mejilla sobre la almohada.

Te vas, poco a poco, te vas alejando y no consigo tocarte. Estás a un kilómetro de distancia, y yo me empeño en protegerme, crear una barrera para evitar el choque. Déjame, me haces daño. Soy de ese tipo de personas que cuanto menos cariño le demuestran, más se van escondiendo en sí mismas. Por eso he hecho una barrera entre los dos, porque ya no te siento cerca de mí, no como antes, y no puedo vivir así.

Sigues sin leerme, antes lo hacías. Al menos ahora puedo escribir lo que pienso.

Ni siquiera sé si te quiero. Las canciones tristes suenan, maldita sea, y me hacen llorar. No te quiero como antes, porque tú tampoco lo haces o, al menos, esa es la imagen que das. De hecho, te odio, en el fondo de mi alma, no te soporto, porque ya no me haces feliz pero, joder, me sigues haciendo falta. No lo entiendo. No me entiendo.

Lo siento, pero esto se acaba, queda poco, quizás los días contados. Te avisé.

Y no quisiste verlo, no te importaba o pensabas que no sería capaz. Si crees que no lo soy, tienta a la suerte. Nunca creíste en mí, me infravaloras, no me apoyas, nunca estás, ni siquiera me dices que me quieres. Pero, ¿qué nos ha pasado? Éramos tan... perfectos. Creo que tú te cansaste de amar y yo de escribir cartas de amor. Siempre fui más de desamor, sí.

Ojalá nunca me leas. Por favor, no lo hagas. No puedo perderte.

Y por eso te odio, porque no tengo el valor suficiente de dejarte ir. No puedo hacerlo. Porque en el fondo, aunque lo oculte, aunque me engañe a mí misma y me diga que no es cierto, en el fondo, te sigo amando, quizás más que antes. Te odio, por hacer que te ame, porque sigo sufriendo.

Tienes la particularidad de que todas las canciones tristes hablan de ti.

jueves, 25 de junio de 2015

Adiós.

Grité ''te quiero'' y no me escuchaste.

Lo repetí, mil veces, y tú sabías que podías oírlo. Pero ni te molestaste en girarte y mirarme a los ojos. Te di todas las oportunidades que mi alma me permitió, y las dejaste pasar. Yo me agoté, y decidí que quizá no era el momento, el lugar, o quizás simplemente no eras tú. Te grité lo que pasaba, te grite todo lo que te necesitaba, tanto que podría afirmar que me oyeron hasta en Madrid. Pero no te giraste, creo que esperabas a que lo hiciera yo, como siempre, querías que te diera otra vez la victoria, que volviera a mi silencio y a mi conformismo. Creías que no pasaría.

Hasta que me di la vuelta y eché a correr. Adiós. Quería ser libre, y cuanto más corría, más libre era. No me haces bien, más bien, todo esta mal. Pudiste arreglarlo. No te culpo. En realidad, sí, sí lo hago. También me culpo, podía haberme ido antes. O podía no haberlo hecho. Te echo de menos pero necesito estar aquí, lejos. Al menos aquí puedo respirar. Puede que algún día te des cuenta, pero será demasiado tarde, ya no estaré; y habrás comprendido como te necesitaba y tú no venías, no estabas. Nunca estabas. Pensabas en ti y el bien que yo te hacía, pero no pensabas en mí y en el mal que me hacías. Deberías haberlo comprendido antes.

Pero, lo peor, de lo que más me arrepiento, es de haberme girado mientras corría. No pude evitarlo, tenía que verte una última vez. Y te vi mirándome, desconcertado, y por un momento, sentí el impulso de correr a tus brazos. No, no podía. Ya había tomado mi decisión.

Era un adiós definitivo, aunque te necesitaba para existir.

Inexistencia.

La mente es el peor enemigo del ser humano.

Siento constantemente cómo algo dentro de mí grita, golpea unas paredes invisibles y se lleva las manos a la cabeza en un intento desesperado de dejar de escucharse. Creo que soy yo, o mi mente, intentando hablarme. Admito mis idas, mis venidas, mis defectos y mis ataques de pánico. Soy consciente de mi temor a la oscuridad porque me siento sola, y también conozco mi miedo a estar rodeada de gente, y la sensación de agobio que me produce.

Solipsismo. Lo definen como la creencia de una persona que está convencida de que solo existe él en sí mismo. Tiendo al solipsismo. A veces, estoy rodeada de personas y me da miedo porque me siento sola, los veo como simples reflejos imperfectos de algo que en realidad no existe. De ahí viene mi miedo, porque es una sensación tan solitaria y a la vez hay tantas personas rodeándome que me desespera.

Y esa voz dentro sigue gritando, deseando escapar... Deseando decirle al mundo lo que pienso, lo que me gustaría que hicieran, solo quiero que me entiendan...

Nadie lo hace. Todo el mundo está concentrado en sí mismo. Yo no me excluyo, seguro que hay otras muchas personas con su cabeza gritando que quieren ser escuchadas y yo no las escucho. Somos así, no podemos salvar a todos. No podemos ayudar a otros porque nadie nos ayuda a nosotros. Estamos todos paranoicos.

Puede que sea yo la única paranoica, o la única cuerda en un mundo de idiotas. Me domina la impotencia, la de no poder decir que me pasa porque no me escuchan, la de que personas a las que necesito no estén ahí, o no quieran estarlo. Todos nos quieren cuando estamos bien y felices, que casualidad. Dime, ¿quién se queda cuando las cosas se tuercen? Podría contarlos con un mano, o quizás ni eso. Nadie quiere que otra persona le amargue con sus problemas, y esto es así.

Mientras, mi voz ahogada y silenciosa grita hasta quedarse sin habla, mientras intento hacerla callar.

martes, 16 de junio de 2015

Poemas fracasados (II)

Y volar...

Vivimos en el deseo constante
de coger las maletas y desaparecer.
Lejos...

Sin dejar rastro, sin avisar.
Un día estamos, al siguiente no.
Y quien no lo haya sentido nunca
no es humano.

Simplemente empezar de nuevo,
resetear y volver a avanzar.
Los errores no están,
ni los aciertos.

Las calles tienen un tono diferente
cuando nunca las has pisado;
luego huelen a monotonía,
se difuminan.

Correr, correr, correr,
levantar el vuelo,
no parar nunca,
sentirse vivo.

Sin ataduras.
Simplemente
libre,
y volar...





Poemas fracasados (I)

No morimos cuando muere nuestro cuerpo.
En realidad,
una persona muere cuando cae en el olvido.
Puede que entonces
existan muertos en vida, simplemente existiendo.
Tú me olvidaste,
como olvidas los granos de arena y las gotas del mar.
Y yo me morí.

jueves, 9 de abril de 2015

Amor, destrucción y posesión.

Deberían existir más teóricos del amor. Entiendo Filosofía -de hecho, siempre me ha interesado bastante-, entiendo las Matemáticas, aunque no sean mi punto fuerte; pero he de decir que el amor, por más que lo intento, no lo entiendo. Sé lo que es, lo conozco, y lo veo, lo veo en las hojas que caen en el parque en otoño, en dos ancianos que pasean de la mano por la calle, en las miradas de melancolía del que desea a alguien pero no es capaz de alcanzarlo. Creedme, lo veo, pero está lejos.

Y se aleja, y se aleja...

La Literatura me ha enseñado todos los tipos de amoríos posibles y todas las consecuencias desastrosas que se derivan de ello. Puede que Aristóteles no estuviera del todo equivocado al decir que la tragedia nos atrae precisamente por su arte del sufrimiento. Quizás tiene que ver con la naturaleza del ser humano, que se desliza constantemente para el lado de la autodestrucción. Está en nosotros mismos construirnos nuestro propio fin. Las personas no estamos hechas para amar la paz ajena, más bien para regodearnos destruyéndola. Está en nuestra anatomía. O solo en la mía, quien sabe. Esa es la razón por la que el amor, a veces, se constituye en un continuo afán de destrucción.

Y es que el amor maneja armas muy peligrosas. Funciona como una regla matemática, y es que cuando posees a alguien completamente puedes hacer con él lo que te dé la gana. Y los que hablan de que el amor no es posesión, para mi opinión, mienten. No hablo de pensamientos machistas y feministas, no hablo de poseer cuerpos, más bien me refiero a almas. Me explico sencillamente: ¿cómo no va a poseerme alguien si con solo pensar con que me abandonase me moriría, si con su simple tristeza la mía está asegurada? Alguien que es capaz de causar esas reacciones en mí, es evidente que me está poseyendo, porque yo no soy capaz de controlar en absoluto eso. Simplemente, se activa.

El amor es, en fin, la posesión conjunta entre dos personas. Por eso es el arma favorita para la autodestrucción. Y es inevitable, a veces será por causas totalmente externas, otras puede que no tanto, pero siempre acabará causando destrucción. Y es que el amor, al final... se mata a sí mismo.

sábado, 31 de enero de 2015

La prosa absurda.

Las miradas delatoras en las falsas sonrisas con puñales escondidos me repelen. Le gente tiende al daño, al odio, se columpia en una cuerda floja entre el mal y el bien, y siempre cae en el lado de la maldad. Es nuestra naturaleza. Odiar como forma de autosatisfacerse. El débil siempre será aplastado. El fuerte vence. La Historia de la humanidad se sostiene en esa teoría desde sus comienzos.

No me miréis.

Siento mil ojos clavados en mí. Me juzgan. Temo que todo el mundo me odie, cuando sé que es estúpido, porque es inevitable, todo el mundo me odia. Y el odio aparece, paradójicamente, junto a la felicidad. Es como una especie de regla matemática: ser feliz implica que alguien va a intentar arruinar esa felicidad. También lo llaman envidia. Pero no es envidia de la mala, no es envidia hacia una persona en concreto, sino a la felicidad ajena. Es comprensible si tu vida está vacía.

Estáis podridos.

Me siento lejos de aquí, como si el resto del mundo fuera demasiado pequeño y difuso. Mientras me hablan de cosas que no comprendo, rencores idiotas, palabras necias y envidias rastreras yo siento que el mundo poco a poco pierde sentido. La vida humana empieza a consistir en odiar a los otros, en cerrarse en una especie de mundo solitario porque ''todo el mundo da asco'' en un continuo ''quiero largarme de aquí'' para terminar siempre en el mismo sitio con la misma gente que da el mismo asco día tras día.

Monotonía.

Mi prosa tiende a la retórica con trazos de sinestesia. No la comprendéis, ni a ella ni a mi azul constante. No importa, la idea es comprenderme a mí misma, luego los demás que entiendan lo que quieran de mí. Haga lo que haga, me van a odiar igual, así que mejor que me odien por no entenderme, al menos me hace pensar en su hipocresía de odiar sin conocer. Cuando la gente te odia porque saben quien eres, amigo, ahí si que tienes un problema serio. Y es que das asco.

Maldad irracional.

Soy débil. Tiendo al solipsismo, caigo en un círculo vicioso entre la soledad y la melancolía. No se me da bien hacer amigos, soy difícil de entender. Y lo entiendo, no es fácil entender al poeta que plasma en el papel lo más oscuro de su alma. Pero yo no soy un poeta. Yo le cuento al papel lo que me pasa y el me comprende. Yo no creo mis versos y mi prosa, ellos me crean a mí. Por eso nunca seré poeta.

La poesía no existe.

Otro invento estúpido del ser humano. Rimar palabras y hacer que sigan un ritmo. Mis sentimientos no riman, son versolibristas, y por mucho que estudie las normas poéticas, a mi jamás me engañaréis, lo sentimientos no pueden medirse y acentuarse, no tienen sinalefas, ni siguen estrofas rítmicas. Mis palabras, aunque metafóricas, jamás serán poesía.

El odio las corrompe.

sábado, 17 de enero de 2015

Como la poesía de un verso recitada contra mis labios.

Quiero escribir la poesía más bonita que exista
como la que nace de tus labios
con el simple movimiento
suave, melódica, armónica
incesante.

Con sus rimas calladas
sus silencios sonoros,
como la poesía de un beso
recitada contra mis labios.

Con su ritmo sosegado,
pero inquietante al terminar,
como una bandada de pájaros
bramando al cielo,
rozándolo más de cerca que el Empire State.

Susúrrame versos,
versos de amor,
susúrramelos con tus ojos.
Versos del alma.