''Qué importa ser poeta o ser basura''
Decía Extremoduro.
Yo elegí basura.

sábado, 22 de febrero de 2014

Ya no había nada.

Esta vez había algo diferente, ella lo notaba. Ya no eran las mismas miradas, los mismos gestos, ya no había ese "algo especial", quien sabe, quizá con el tiempo a todo el mundo le pasaba, quizá se perdía la magia, y la rutina se apoderaba de todo. O es que igual no estaban hechos el uno para el otro, después de todo. Y lo notaba, lo sentía cada vez que le miraba a los ojos, y no podía soportarlo.
Así que, una vez, decidió armarse de valor y se encaró a él, le miró a los ojos y le preguntó:
"¿Me amas?"
Pero esta vez no obtuvo respuesta.

domingo, 9 de febrero de 2014

Infierno

Ahí estaba otra vez: el dolor. Pero esta vez era diferente, era desgarrador. Sus fantamas ya no la seguían, si no que su propio fantasma era ella, ella y su infierno, su caos. Nadie jamás podrá comprender su mente, su maldita tortura constante. Ya no servía de nada construirse muros exteriores:no había nada de lo que protegerse en el exterior, era su interior el que estaba roto. Se autodestruye. Se muere. Decide destruirse porque el dolor es demasiado fuerte para entenderlo. Se quiere morir. Ya no hay motivos para vivir. Ya esta muerta. Ya no queda nada ahí dentro.

sábado, 8 de febrero de 2014

Microcuento: El escritor

Esta vez el escritor decidió abandonar sus líneas tristes y sus versos melancólicos. Ya no necesitaba el café de las noches ni la música deprimente. Hoy había aprendido que no necesitaba tener el corazón roto para poder escribir, y comenzó a vivir. La vida se le antojaba ahora llena de nuevas oportunidades, y su pluma comenzó a escribir las cosas más hermosas que a una persona podían ocurrírsele. Era lo que tenía estar enamorado; ahora veía lo bello de la vida, y se había olvidado de la parte oscura, la que siempre acecha.
Pobrecillo, que golpe se debió de llevar cuando le rompieron el corazón, cuando aprendió que la vida no es siempre hermosa, y que las palabras no pueden ser siempre bellas. Acabó como siempre, con su café, sus noches de insomnio, y sus versos tan llenos de tristeza que encogían el corazón.
Nadie podrá negar, sin embargo, que aquellas palabras eran las mejores que había escrito en su vida: hablaban de un amor tan puro, tan sincero y, a la vez, tan desdichado que era imposible no sentir lástima con aquellas palabras. Pobre hombre, que de oscuridad había en su corazón y que de luz en sus palabras.
Pero ese es el destino de cualquier escritor, café solo, corazón roto y noches en vela. Nunca nadie podrá escribir, podrá entender a un escritor si no le han roto nunca el corazón.

sábado, 1 de febrero de 2014

Microcuento: Un infierno interno

Confió en el mundo, y fue su peor error. Pobre ingenua, la mataron poco a poco, por dentro. Acabaron con todo lo que tenía, le arrancaron el alma a pedazos. Y así fue, que todas las noches terminaba llorándole a la almohada, mientras por el día fingía que nada le importaba. Ella no estaba preparada para el mundo, y llego el momento en el que comprendió que jamás podría vencer, que era demasiado buena, demasiado sensible para soportarlo, no encajaba en este mundo despiadado y cruel.
Empezó a destruirse. Pobre niña, tan hermosa y buena, tan ingenua e influenciable. Ella sabía que no podía dejarse morir por la aplastante sociedad, no podía seguir sus estúpidos prejuicios y normas y, sin embargo, lo hizo. Y cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo ya era demasiado tarde, ya no podía remediarlo. Ella misma se había vuelto su peor enemiga, su cabeza era una cárcel y no podía escapar de ella. Siguió destruyéndose, desangrándose por dentro, consumiéndose lentamente. Estaba sola, o ella creía que estaba sola, porque en realidad no lo estaba. Y es que el principal problema de tener un infierno dentro es que crees que estas solo cuando en realidad no lo estás. Cada día era una maldita tortura; la muerte ya no le parecía tan grave, en realidad, era la única salida que veía para calmar el dolor.
El peor momento era la hora de enfrentarse al espejo. No se gustaba, se odiaba. Odiaba su cuerpo con todas sus fuerzas, se daba asco. En el espejo solo veía sus monstruos. Y de repente, rompía a llorar. Era lo único que podía hacer; pero su infierno seguía ahí.
Así, día tras día, semana tras semana, mes tras mes, muriendo lentamente.
Se desangra. Me desangro.