''Qué importa ser poeta o ser basura''
Decía Extremoduro.
Yo elegí basura.

jueves, 9 de abril de 2015

Amor, destrucción y posesión.

Deberían existir más teóricos del amor. Entiendo Filosofía -de hecho, siempre me ha interesado bastante-, entiendo las Matemáticas, aunque no sean mi punto fuerte; pero he de decir que el amor, por más que lo intento, no lo entiendo. Sé lo que es, lo conozco, y lo veo, lo veo en las hojas que caen en el parque en otoño, en dos ancianos que pasean de la mano por la calle, en las miradas de melancolía del que desea a alguien pero no es capaz de alcanzarlo. Creedme, lo veo, pero está lejos.

Y se aleja, y se aleja...

La Literatura me ha enseñado todos los tipos de amoríos posibles y todas las consecuencias desastrosas que se derivan de ello. Puede que Aristóteles no estuviera del todo equivocado al decir que la tragedia nos atrae precisamente por su arte del sufrimiento. Quizás tiene que ver con la naturaleza del ser humano, que se desliza constantemente para el lado de la autodestrucción. Está en nosotros mismos construirnos nuestro propio fin. Las personas no estamos hechas para amar la paz ajena, más bien para regodearnos destruyéndola. Está en nuestra anatomía. O solo en la mía, quien sabe. Esa es la razón por la que el amor, a veces, se constituye en un continuo afán de destrucción.

Y es que el amor maneja armas muy peligrosas. Funciona como una regla matemática, y es que cuando posees a alguien completamente puedes hacer con él lo que te dé la gana. Y los que hablan de que el amor no es posesión, para mi opinión, mienten. No hablo de pensamientos machistas y feministas, no hablo de poseer cuerpos, más bien me refiero a almas. Me explico sencillamente: ¿cómo no va a poseerme alguien si con solo pensar con que me abandonase me moriría, si con su simple tristeza la mía está asegurada? Alguien que es capaz de causar esas reacciones en mí, es evidente que me está poseyendo, porque yo no soy capaz de controlar en absoluto eso. Simplemente, se activa.

El amor es, en fin, la posesión conjunta entre dos personas. Por eso es el arma favorita para la autodestrucción. Y es inevitable, a veces será por causas totalmente externas, otras puede que no tanto, pero siempre acabará causando destrucción. Y es que el amor, al final... se mata a sí mismo.